martes, 31 de enero de 2012

Entonces sucede, justo lo que menos esperabas. Pensaba que sólo en el cine la vida podía dar una vuelta de campana y cambiarlo todo.  Y te da miedo; la improvisación siempre fue un reto: actuar sin papel, ser el protagonista de tu propia historia…

Era una cuenta atrás, un viaje a contra reloj, una historia con el final escrito. Una caricia por la suavidad de sus curvas. Un abrazo que dice “no quiero irme” y otro que responde “no quiero que te vayas”. Un mundo inexplorado que se abre paso por un nuevo camino, camino sorprendente por la falta de sorpresa; un paisaje extraño visto con naturalidad y pasión.

Una roce de manos que nadie parece ver, una duda, una sospecha y una confesión recibida con incredulidad y cariño. Cobardía, ganas de todo y miedo a la nada. Sabor a cerveza y tabaco que rompen barreras, abren puertas y levantan faldas. Humo de beso que ciega la memoria dejando sólo los esbozos de una noche cualquiera que terminó con un amanecer en el Sur. Las sábanas, un escondite capaz de ocultar a uno de sí mismo, parecen insuficientes, parece que no abarquen la genialidad del momento, la perfección de algo especial por su naturaleza imperfecta. Un tacto acelerado, ansioso, con prisa por la vertiginosa velocidad del tiempo. Ese cruel enemigo que no espera por nadie ni entiende de destinos; casualidades, suerte o simplemente magia. Y aún así sucede, el tiempo parece avanzar a trompicones, se acelera y frena de golpe haciendo que recuerdes ese preciso instante. Y no lo entiendes; no te entiendes. No sigue normas ni lógicas, pero pasa, y hay lágrimas al final. Los finales no son felices, son finales y punto. Y esa última mirada, ese último beso, ese último abrazo que dice “no te vayas” y otro que responde “no quiero irme”.

Sólo unos pocos días pero más intensos que una vida entera dando vueltas. Y sin embargo, parece que nada haya cambiado, cuando en realidad todo es diferente. La cama está hecha, el pijama doblado, ha dejado de oler a tabaco, pero cuando oigo que llega el tren con destino a Parla se me hace un nudo en el estómago. Sólo una perla recordará que no fue un sueño, que aquel tacto fue real, que aquellas noches fueron infinitas y que aquellas miradas se cruzaron una noche en un bar de Huertas.