No hubo peor desengaño para aquel esbozo que el de percatarse de que la bandera de cinismo que enarbolaba
con descaro y orgulloso regocijo parecía, de repente, no haber estado jamás allí.
Tampoco había ya ni rastro del nihilismo con el que había tejido afanosamente aquel
estandarte. Solamente pudo localizar unas colillas aplastadas y mugrientas, un
triste recuerdo de aquella chispeante ironía con la que solía disfrazarse en
los bailes de postín.
En un instante el Callejón del Gato le había sacudido la
realidad encima: sin espada y ni rodela tenía aquel pequeño ser que enfrentar la
caída, el vacío y el vértigo. Se preguntó cómo podría ser pájaro y jaula, rama
y raíz o alas y abrazo al mismo tiempo.
Sin darse cuenta, se había encontrado desnuda y vulnerable
en medio de aquel vendaval. Seducida y encandilada por aquel paisaje escarpado
se sentía groseramente atraída por una vorágine de aguijones, espinas y puntas
que amenazaban, a su vez, con despedazar y aniquilar cada uno de sus designios.
Aún aturdida y perpleja resolvió coger una pluma y
suministrar, ella misma, el primer pinchazo. Sangre y tinta se fundieron en un
humor oscuro y denso que resbaló por su piel hasta trazar en el suelo, con diestra
caligrafía, su primer amor.
Alter Botanischer Garten, Hamburg 2013 |