lunes, 23 de marzo de 2015

Después

Sucederá así, de repente. Todo terminará y ambos advertirán con sorpresa su propia desnudez. Cerrarán los ojos para aspirar las últimas notas de placer que dejó esa frenética melodía interpretada a dúo con la maestría de un grupo de jazz. Pero será tarde, ya no quedará más que un simple eco en el aire que se alejará imparable dejando tras de sí unos arañazos rojizos en la espalda de él y el aliento todavía entrecortado de ella como única muestra de su paso.  

Parecerá que hubieran estado jugando tras un pesado telón que se abre sin previo aviso y los deja expuestos, sobre el escenario, ante una audiencia exigente que come palomitas y espera impaciente el último musical de Gran Vía. Comenzarán a sentir el peso claustrofóbico del aire de la habitación, la luz, demasiado clara y la cama, de repente, tan pequeña, que los obligará a mirarse de nuevo.   


Ya habrán mostrado sin contención y sin reparos su versión más íntima y desbocada. Ese yo sincero de besos en el ascensor y batalla sin secretos, sin armas, sin ropa. Pero es en el después cuando la duda, como caída de un jarrón que se rompe, les salpicará y caprichosos y anárquicos complejos los cubrirán como un invierno tardío. ¿Me pasas la manta?, tengo frío. 


Por suerte, la guerra no deja prisioneros y la vuelta a la calma los sumirá en un sueño profundo y desnudo en el que no tendrán que enfrentarse más que a sus propias pesadillas. Será con los primeros rayos de sol, cuando piel con piel decidan si esta historia de amor duró un gemido o sigue brillando la luna bajo sus sábanas. 


De momento, están en un bar y ella acaba de fijarse en él. 


Él. La vio nada más entrar. 


Los dos sonríen.